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the_dreaming

El hombre que nunca leyó Moby Dick (I)

En el hangar todos sabían que Isidro, cuando volvía con el autocar vacío, solía recoger autoestopistas, fundamentalmente chicas jóvenes, lo que contravenía todas las normas de la empresa. Aun no le habían descubierto, pero era sólo cuestión de tiempo. Meses atrás habían despedido a un compañero tras multarle por detenerse en el arcén, mientras disfrutaba los servicios de una puta de carretera. Su amigo Luis se lo advirtió una vez más mientras estaban en los vestuarios.

-          Un día te pillarán. ¿Es que quieres que te echen? Tienes ya cincuenta y dos años. Piensa por lo menos en Carmen, joder.

-          Que no, hombre, que no me van a pescar.

-          Si quieres darte un revolcón, haz lo que todos. Busca un sitio discreto y para un rato. Nadie se va a meter contigo por un retraso de media hora.

-          Bah, tú que sabrás...

 

Isidro subió sofocado las escaleras de los dos pisos hasta su casa, sintiendo que los años no pasaban en balde. Abrió la puerta y vio desde la entrada el extenso perfil de su mujer, de espaldas en el fregadero. Saludó, colgó en la percha el anorak y cambió las botas por unas zapatillas de felpa antes de pasar a la cocina. Carmen se volvió cuando él destapaba la cazuela:

-          ¿Qué tal el viaje?

-          Bien. Nada que contar. Aburrido, como siempre...

-          ¿Y cuándo tienes el próximo?

-          Esta noche.

-          ¿Cuándo vas a dejar el servicio nocturno? Ya no tienes edad.

-          No empecemos otra vez... Ya sabes que hay muchos gastos.

-          Nos apañaremos. No necesitamos que salgas por ahí por las noches, a romperte la crisma en cualquier carretera.

 

Era la discusión de siempre. A Isidro le habían ofrecido un colegio y una fábrica, en lugar de los viajes nocturnos, pero estos tenían un plus que venía bien para pagar los estudios de lo chicos. Además, le gustaban esos viajes, cuando regresaba con el autocar vacío y recogía muchachas que hacían autoestop. Una o dos veces a la semana, llevaba a cabo sus fantasías, que le devolvían un placer infinito. Más de lo que nadie hubiera podido sospechar.

-          ¿Vienen los chicos a comer?

-          No creo. Manu tiene prácticas en el instituto hoy y Ángela se queda estudiando en la universidad. Andan de exámenes.

-          ¿Y estudian?

-          Parece que sí.

-          Eso es lo que hace falta. Que no se vean como su padre.

 

Mientras iba al baño, pensaba que quizá Carmen y Luis llevasen razón. No tenía edad para ciertas cosas y además su conducta acarreaba cierto peligro. Incluso perder el trabajo era leve, en relación con otros riesgos. Bajo el agua, se quitó el sudor propio y el olor ajeno. Como siempre, notaba en la ducha, el cansancio de noche en vela. Tomaría algo y se metería en la cama hasta las tres, a tiempo de comer con su mujer.

-          ¿Y dónde vas?

-          A Sevilla. Paquetería de jubilados. Los recojo el viernes.

-          ¿Así que vuelves mañana?

-          Sí. ¿Me pasas la sal?

-          Tomas demasiada sal y duermes poco.

-          Bueno, de algo hay que morir, ¿no? Hay peores trabajos.

 

Paquetería. En la empresa llamaban así a tomar un grupo, dejarlo en destino y volver de vacío. La nocturnidad añadía un plus al kilometraje. Ya no hacía salidas de varios días. Aunque esos viajes dejaban algún dinero en dietas, en realidad se iba lo comido por lo servido. Antes dormía en pensiones de mala muerte para ahorrar unos duros, pero ya no tenía edad para soportar camas con chinches. Los compañeros no entendían por qué solicitaba servicios de este tipo.

-          En los viajes de acompañante al menos recibes propinas.

-          Y además siempre puedes ligar con una extranjera. Ja, ja.

-          A mí me gusta viajar solo, y no estoy interesado en ligues.

-          Ya, pero recoges chicas de paquete. A ver si un día cuentas...

-          Bah. No entendéis nada.

 

Su perversión tenía origen en un viaje escolar, tres horas de ida, otras tantas de vuelta. Con chicas de doce o trece años, con falditas hasta la rodilla y calcetines hasta las corvas. Las profesoras pusieron en el vídeo Moby Dick. Cuando las niñas comprobaron el formato en blanco y negro, los diálogos densos y la ausencia de héroes jóvenes, se desentendieron de la pantalla. Todas, salvo la rubita pecosa, que en la fila de pasillo siguió la película con interés. Por encima del alboroto de sus compañeras.

-          Puaj, una película en blanco y negro...

-          El de la barba es el tatarabuelo de Tom Cruise. Ja, ja...

-          Yo quiero ver tíos en bolas.

-          ¿Quién ha sido la descarada? Marta, ¿has sido tú...?

-          ¿Ve como la tiene tomada conmigo? Yo no he dicho nada.

 

Tantos años en carretera le hacían notar el paso del tiempo. Las niñas, sobre todo las de colegios de monjas, eran unas pervertidas. Nunca antes se habrían movido en los asientos dejando a la vista sus braguitas, por ejemplo. El viaje fue una tortura. No sólo por la conversación obscena de las dos del asiento de atrás, que aprovechaban la ausencia de sus maestras para hacerse confesiones indecentes, sino por el poco recato de casi todas al mostrar sus piernas, sentadas, tumbadas o de rodillas en los asientos. Las cosas por la ciudad debieron constituir un suplicio para las maestras porque éstas, a la vuelta, tomaron una decisión drástica:

-          Sentadas por orden alfabético. Y sin rechistar.

-          La que hable irá el lunes a ver a la madre directora.

-          Y el lunes entregáis un resumen de la película.

-          Jooo...

-          Con un retrato psicológico de los tres protagonistas.

 

Se puso de nuevo Moby Dick. Calmado el rebaño por el cansancio, sin la distracción obscena de piernas semiabiertas, Isidro se interesó a mitad de película por la historia, más contada para la radio que para el cine. Las maestras mantuvieron a las niñas sentadas y sin vocear. Al llegar al colegio, a las diez, la película había acabado y las alumnas dormitaban en sus butacas. Si antes había costado que estuvieran quietas, ahora el trabajo era despertarlas.

-          Niñas, hemos llegado. Despertad a las dormilonas.

-          Vaya día más mierda. Encima, la ciudad era una porquería.

-          No olvidéis nada en los asientos. Y que quede todo limpio.

-          Vaya rollo de peli. Profe, ¿nos perdona el resumen?

-          Ni hablar. Y ya hablaremos el lunes.

 

(continuará) 

3 comentarios

Ike Janacek -

Huh...
Pensaba comentar exactamente lo mismo que María. Me he quedado intrigado y el "continuará" toca un poco las narices, lo cual indica que me gusta.

maRia -

Pues ya me has jodido con el continuará, y con la aclaración de que no es tuyo.
Next part, please.

Nuala -

El Hombre Que Nunca Leyó Moby Dick es un cuento del profesor madrileño Ricardo Gómez, que ganó el XLVI Concurso de Cuentos Gabriel Miró. Es demasiado largo para publicarlo de un tirón. Aquí dejó la primera entrega.